3 de noviembre
Al niño le ha dado por escuchar flamenco todo el día. Se pasa las horas dando palmas y gritando solo en su habitación. Ayer se compró varias camisas y pantalones negros, dice que a partir de ahora vestirá así. Ha pedido unos zapatos de flamenco, con tacón, para reyes. Su padre y yo estamos preocupados.
12 de noviembre
Cita con la profesora a las tres. Por lo visto el niño se sienta al fondo del aula y no hace otra cosa que fumar y garabatear en el cuaderno. No deja que nadie vea lo que escribe y llama “paya” y “prima” a la profesora. Igual le expulsan. He notado que las madres de sus amigos le empiezan a mirar raro.
14 de noviembre
Discusión fuerte. Le he pedido que ponga la mesa y me ha gritado que “ya no puedo aguantarme y ni vivir de esta manera, porque yo no puedo, porque yo no quiero ni aunque Dios lo quiera”. No entiendo a qué vienen estas reacciones desproporcionadas. Su padre le ha dado una colleja y le ha mandado a la cama sin cenar.
25 de noviembre
Al poner la lavadora he visto un papel que caía de uno bolsillos del pantalón. Era un billete de tren a Utrera para el próximo 20 de diciembre. Necesito hablar con él de una vez. En media hora llegará de sus clases de guitarra. Me he tomado una tila pero sigo de los nervios. Mi madre dice que son cosas de la adolescencia, que ya se le pasará. Este crío es un raro.
26 de noviembre
Estuvimos hablando durante un buen rato en la cocina, le dejé que fumara. Se echó a llorar y me dijo que no le entendemos, que no tenemos sensibilidad y que su sitio está en Utrera. Le he contestado que quien no tiene sensibilidad es él, insultando a la gente y montando gresca, y que si no puede ni siquiera hacerse cargo de su habitación cómo se va a ir a vivir él solo. Me ha mirado con rabia y compasión, una mirada muy larga, muy tensa, muy de cantante de flamenco. Después ha susurrado que somos incapaces de ver la vida desde las heridas. Así, tal cual, a la cara, como escupiendo: “no podéis ver la vida desde las heridas, y yo vivo en la llaga”. Me he quedado helada, sin saber qué responder.
Entonces se ha puesto a escribir como un loco en su cuaderno.
29 de noviembre
Creo que la conversación ha ayudado mucho. Sonríe algo más y ayer volvió a peinarse con gomina, como suele hacer cuando está de buen humor. Le he dicho a su padre que, aunque nos cueste, hay que evitar reírse de él y dejarle un poco tranquilo. A ver.
30 de noviembre
Le he visto en la plaza de la mano con Macarena, su compañera de clase.
Vaya jaleo por una cosa así… era evidente desde tercero de primaria, ya podía habérmelo contado.
Nada de zapatos de tacón en reyes, ni hablar.
Le regalamos un CD de Camarón y va que chuta.
Espero que se le pase pronto. Ya podía ser gótico o rastafari, como todo hijo de vecino, pero bueno. Caso cerrado.