El pasado martes 12 de junio terminó el taller La libido del capital. Fueron cuatro sesiones de dos horas – aunque afortunadamente siempre nos alargamos un poquito – en las que tuve la gran oportunidad de aprender, escuchar y debatir.
El eje de la discusión era el deseo, entendido más allá de lo individual, como una fuerza, motor o germen que puede cambiar el destino de una colectividad. Amador nos propuso un breve recorrido histórico y filosófico para comprender cómo se han ido gestando ciertas tendencias políticas, sociales… que modifican el deseo de los individuos desde los años 60 hasta hoy. A grandes rasgos (muy grandes), la premisa es: en los años setenta, la aspiración era acabar con el aburrimiento, la autoridad externa, la represión, el trabajo físico y la vida estrictamente pautada mientras que hoy ansiamos un cambio de paradigma para poder escapar del agobio, la hiperproductividad, el ritmo frenético, el utilitarismo y el cansancio mental, muchas veces originado – aparentemente – por nosotros mismos.
Este era el marco en el que se situó el debate. En las dos últimas sesiones se nos invitó a presentar propuestas en las que nuestro deseo – latente, asfixiado por los quehaceres cotidianos, supeditado a las expectativas ajenas y propias – encontraba un espacio para manifestarse. Hubo propuestas de todo tipo: textos autobiográficos, silenciosas formas de revolución contra la industria de los cosméticos, búsquedas en forma de viaje (a otro país, al campo), conexión con el propio cuerpo y la vida en presente.
El último día presenté un texto que escribí al hilo de los temas que habían surgido durante el taller y con el que quise crear un pequeño momento de fuga, de poesía compartida.
fuga,
escribo con un lapicero.
Me reconozco en la caligrafía menuda y firme,
letras redondas, seguras.
Tacho “seguras”.
Veo la palabra tachada, el error frente a mí
escrito y negado de mi puño y letra.
Veo la mina del lápiz que se gasta,
que baila sobre la hoja,
deshaciéndose en ella.
Se vuelve la mina, la punta del lápiz, cada vez más blanda,
suave.
Suave mi lapicero guiado por mi mano, guiada por mi alma,
crea algo nuevo en la pálida superficie asombrada
de la hoja blanca.
Escribo palabras que todos usan para decir lo que no se ha dicho nunca.
Escribo fuga
y el tiempo se para.
Escribo fuga
y el espacio se diluye.
Ya soy mina, hoja, palabra, poema.
Ya estoy no haciendo nada.