Roma

vaticano

Aquel atardecer junto al Vaticano.

La luz púrpura y el pájaro se posó en el árbol.

El murmullo de las oraciones de las monjas.

 

Roma parecía tan quieta, tan callada.

La poderosa cúpula me cobija

cuando me enredo en las ramas

hiriéndome las alas

que a veces sangran.

 

La imagen del recuerdo de aquella paz

me eleva en corriente de aire

como nube o pájaro ligero

como oración materna susurrada al viento.

 

Me llevan,

la imagen y el alma,

hasta Roma eterna

Roma iluminada

Roma quieta

Roma casa

Roma madre

Roma dulce

Roma paloma blanca

que sana mi herida.

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Extranjero

Es más fácil

hablar del extranjero.

El día a día

tan cálido

la mesa con frutas

las zapatillas viejas

el autobús a tiempo

son hoy que se escapa.

El recuerdo

en cambio

perdura

como una sombra

de nosotros mismos.

De ese yo

ya desconocido

al que llamamos

extranjero.

Trucos

Hiciste trampa

jugando a cartas.

Pensabas

que no me di cuenta

cuando guardaste

el siete de picas

bajo la manga.

Son tan viejos tus trucos

como el mismo mundo.

Son tan claros tus miedos

que ya no me asusto

y cuando los veo,

los saludo,

los invito a pasar,

siéntense en el sofá,

¿quieren algo para tomar?

Sonrío.

Y en el café

y en las heridas,

en lugar de azúcar,

pongo sal.

Fiodor

Es hermoso indignarse,

dijo Fiodor.

Es tan bella la ira,

el brillo en los ojos

de rabia

y la pasión furibunda.

La nariz hinchada,

los labios firmes,

las manos tensas,

el cuello rígido.

Besaría cada huella

que el amor dejó en tu piel.

Besaría tu impotencia,

el hueco

de lo que te arrebataron.

Quiero entrar

por las grietas

a tu alma.

Quiero apaciguarte

con solo rozarte

o quizá…

Quizá jugar contigo.

Enfadarte aún más

hasta que vayas a estallar,

¡tan hermoso,

fuera de ti mismo,

tan vivo!

Y entonces reír.

Reírme de felicidad

al saber que he sido yo

-¡yo!-

quien ha provocado

el juego.

Necesito

tanto

verte.

Necesito

tanto

enfadarte.

Tres hadas

Se te han podrido

otra vez

las naranjas

en el frutero.

Has llamado

sin saberlo

a las tres damas.

Son como las hadas

de aquellos cuentos

de infancia.

Se te han aparecido

– pobreza, soledad,

tristeza –

en la cocina

esta mañana

y tú dormida,

con ese gesto tan tuyo

las despediste

de malos modos.

Niña tonta,

date cuenta

que puedes enfurecerlas

y entonces volverán

violentas, despiadadas,

como el ladrón en la noche

aun peor que la muerte

a buscarte

cuando no las llames.