Y ahora…
y ahora,
¿qué?
Me siento temblar
en tu respiración.
Y ahora…
y ahora,
¿qué?
Me siento temblar
en tu respiración.
Aquel atardecer junto al Vaticano.
La luz púrpura y el pájaro se posó en el árbol.
El murmullo de las oraciones de las monjas.
Roma parecía tan quieta, tan callada.
La poderosa cúpula me cobija
cuando me enredo en las ramas
hiriéndome las alas
que a veces sangran.
La imagen del recuerdo de aquella paz
me eleva en corriente de aire
como nube o pájaro ligero
como oración materna susurrada al viento.
Me llevan,
la imagen y el alma,
hasta Roma eterna
Roma iluminada
Roma quieta
Roma casa
Roma madre
Roma dulce
Roma paloma blanca
que sana mi herida.
Qué mala suerte
yo sí sé quién soy.
Es más fácil
hablar del extranjero.
El día a día
tan cálido
la mesa con frutas
las zapatillas viejas
el autobús a tiempo
son hoy que se escapa.
El recuerdo
en cambio
perdura
como una sombra
de nosotros mismos.
De ese yo
ya desconocido
al que llamamos
extranjero.
Suenan trompetas tristes.
Trepan lágrimas por la garganta.
Gritan los años que pasan.
Pesa cada día sabiendo
que nunca volveremos
a encontrarnos
a solas.
Siempre fingiremos
ser
dos viejos conocidos.
No sé mucho del mundo,
no conozco a la gente,
dudo de mí misma, a veces
y de los otros, siempre.
Pero cuando te miro,
lo tengo claro.
Dijera lo que dijera Bécquer,
yo
grito
no.
Poesía
no
eres tú.
Hiciste trampa
jugando a cartas.
Pensabas
que no me di cuenta
cuando guardaste
el siete de picas
bajo la manga.
Son tan viejos tus trucos
como el mismo mundo.
Son tan claros tus miedos
que ya no me asusto
y cuando los veo,
los saludo,
los invito a pasar,
siéntense en el sofá,
¿quieren algo para tomar?
Sonrío.
Y en el café
y en las heridas,
en lugar de azúcar,
pongo sal.
Es hermoso indignarse,
dijo Fiodor.
Es tan bella la ira,
el brillo en los ojos
de rabia
y la pasión furibunda.
La nariz hinchada,
los labios firmes,
las manos tensas,
el cuello rígido.
Besaría cada huella
que el amor dejó en tu piel.
Besaría tu impotencia,
el hueco
de lo que te arrebataron.
Quiero entrar
por las grietas
a tu alma.
Quiero apaciguarte
con solo rozarte
o quizá…
Quizá jugar contigo.
Enfadarte aún más
hasta que vayas a estallar,
¡tan hermoso,
fuera de ti mismo,
tan vivo!
Y entonces reír.
Reírme de felicidad
al saber que he sido yo
-¡yo!-
quien ha provocado
el juego.
Necesito
tanto
verte.
Necesito
tanto
enfadarte.
Se te han podrido
otra vez
las naranjas
en el frutero.
Has llamado
sin saberlo
a las tres damas.
Son como las hadas
de aquellos cuentos
de infancia.
Se te han aparecido
– pobreza, soledad,
tristeza –
en la cocina
esta mañana
y tú dormida,
con ese gesto tan tuyo
las despediste
de malos modos.
Niña tonta,
date cuenta
que puedes enfurecerlas
y entonces volverán
violentas, despiadadas,
como el ladrón en la noche
aun peor que la muerte
a buscarte
cuando no las llames.
Ya me dirás
cómo haces
para que los círculos
parezcan cuadrados
y las aristas
se vuelvan redondas.
Para que todo encaje
en ese mundo
de puzles eternos,
de geometría imposible.
Ya me dirás
cómo haces
para dormir por las noches.