Ahedo

1.
Al despertar solo hay pájaros. Aún no ha amanecido y el pueblo abandonado, de calles mudas, sigue dormido. Abro las ventanas y salgo al balcón. Me siento en aquella silla en aquella esquina. Con la bata vieja raída que ya no abriga, miro al árbol solitario. La encina aislada en mitad del monte, rodeada de vacío. Por qué no creció a su alrededor ninguna planta. El árbol calla. Por qué esa distancia, esa ausencia. Se aleja un poco. Quizá no lo sabía. Quizá fui yo quien, con preguntas impertinentes, se lo dijo. Que era árbol y estaba solo.
2.
A media tarde las señoras se reúnen en la plaza. No hablan, cotorrean. Es el único sonido, en verano, junto al zumbido de las moscas. Rompen las señoras el largo silencio de otoño, primavera, invierno, de los pueblos abandonados. Hablan del pasado. Cuentan sus recuerdos en voz alta. No se escuchan unas a otras, se oyen solo a sí mismas diciendo cosas que ya saben. Como si repetir palabras resucitara el tiempo pretérito. Son las voces de las mujeres en verano como el rumor del agua de las fuentes, que fluye y no vuelve.
3.
Juegan los niños. Inocentes, curiosos. Les atraen los escondrijos, los huecos oscuros donde refugiarse y no ser encontrados. Los niños del pueblo descubren casetas de pastores, agujeros, madrigueras de conejos. Allí cuentan leyendas pero callan cuando pasan junto al cementerio. Tan enterrados, tan misteriosos y tan profundos son los corazones de los niños de los pueblos.
4.
En la noche, el árbol solitario arde. Junto a la hoguera, asan patatas y se tapan con mantas. Las dulces llamas naranjas abrazan los sueños de los que duermen. Las brasas encienden la mirada de los que aman. Y el árbol solitario se consume, como los días, como los niños, como los pueblos. Sin entender qué es el tiempo ni qué el recuerdo.

Bach

Fue una noche en la ópera, durante la Pasión Según San Mateo de Bach.
Como una premonición del engaño, del egoísmo, de la maldad.
Una voz aflautada, liviana, como un susurro helado que confirma el horror, gemía.

¡Sangra, querido corazón!
Un niño que has criado,
que has amamantado en tu pecho,
amenaza con asesinarte,
pues se ha convertido en serpiente.
El alfiler de punta fina y certera atravesaba el alma del amor callado
mientras las palabras retorcidas salían de la boca putrefacta del traidor
susurrando, como la soprano, exhalando el aliento asqueroso de la falsedad y el disimulo.
Pensaba
qué delgada y escurridiza y ligera es la mentira,
como una lombriz que se esconde en los agujeros donde no puede empaparle la lluvia.
Ni las lágrimas.
Qué denso y evidente y fácil es en cambio el miedo.
Decía
cómo deforma el traidor lo puro y sencillo,
y qué profundo dolor el de quien sigue confiando,
para seguir sangrando.
Cuando se cerró el telón y ya no había nadie en la sala,
se arañaba el pecho
balbuceando
qué angustia cuando uno es traidor y amante y profeta, todo al mismo tiempo.

Alan Berliner

Creo que para Alan Berliner el ritmo es fundamental.
El sonido.
Los tiempos.
Los recortes.
Los recuerdos.
Las rendijas.
Los relojes.
El tic tac de las agujas del reloj sobre la mesilla que marcan los segundos, lentos, lentos, lentos, pesados, tibios, como los párpados a punto de cerrarse en Wide Awake.
 

Fotograma de Wide Awake

Las sílabas. In. Co. Nex. As. de Edwin Honig en Translating Edwin Honig: A Poet’s Alzheimer.
Son fragmentos de recuerdos, del pasado, de las fotografías viejas y olvidadas en alguna bolsa de plástico que alguien decidió tirar, en algún mercado de la memoria.
Es esa idea (atrevámonos a llamarla postmoderna) del collage, de la re-construcción frente a la construcción, de la copia frente al original, del metraje encontrado por azar. El azar como parte de la película, como un elemento más. Esto podría hacernos pensar en el género documental. En el caso deBerliner no es que atrape la situación imprevista, sino que es un azar “constitutivo”, si puede llamarse así, fundamental, intrínseco a la obra, porque se nutre de un material no ideado por el artista sino hallado en cualquier lugar y reciclado para sus propósitos.
Trabaja con fotografías, periódicos, vídeos, chinchetas, tornillos, cartulinas, como un artesano, como un niño que pinta, recorta y pega. Se podría decir que Berliner toma una materia inerte y la dota de significado, de vida, a través de la composición, de la yuxtaposición, del contraste, del diálogo entre imágenes.
Como en una pieza musical.
Como en el lenguaje.
Juega.
Experimenta.
La obra de Berliner es rápida, directa, profundamente emotiva y muy divertida. Una de las críticas que se hace a algunos artistas contemporáneos es que han perdido su capacidad de conectar con el público. Berliner sabe contar historias, es capaz de hacer de un problema personal una reflexión universal.
Le conocí el año pasado, en su estudio. Creo que en Berliner, el entorno en el que trabaja, su proceso de creación y la obra final son inseparables. Por eso en sus películas se desgañita tratando de explicar al espectador continuamente cómo hace las cosas, frente a la cámara. Da la vuelta a la cámara y se mira a sí mismo, al proceso. Sus obras son pura edición. El medio. La materia de la que están hechas las cosas. Son esenciales en Berliner. Y quizá también en la vida.