Fue una noche en la ópera, durante la Pasión Según San Mateo de Bach.
Como una premonición del engaño, del egoísmo, de la maldad.
Una voz aflautada, liviana, como un susurro helado que confirma el horror, gemía.
¡Sangra, querido corazón!
Un niño que has criado,
que has amamantado en tu pecho,
amenaza con asesinarte,
pues se ha convertido en serpiente.
El alfiler de punta fina y certera atravesaba el alma del amor callado
mientras las palabras retorcidas salían de la boca putrefacta del traidor
susurrando, como la soprano, exhalando el aliento asqueroso de la falsedad y el disimulo.
Pensaba
qué delgada y escurridiza y ligera es la mentira,
como una lombriz que se esconde en los agujeros donde no puede empaparle la lluvia.
Ni las lágrimas.
Qué denso y evidente y fácil es en cambio el miedo.
Decía
cómo deforma el traidor lo puro y sencillo,
y qué profundo dolor el de quien sigue confiando,
para seguir sangrando.
Cuando se cerró el telón y ya no había nadie en la sala,
se arañaba el pecho
balbuceando
qué angustia cuando uno es traidor y amante y profeta, todo al mismo tiempo.