Así de discreto es el miedo, se acerca despacio y parece que no tiene nada que ver contigo. Ignoras de dónde ha salido. Quizá no es miedo – susurras, esperas, deseas – quizá es solo curiosidad. El miedo aterra y es atractivo al mismo tiempo; lo rechazas y te hipnotiza. Es la certeza de que hay un peligro. Traspasar un límite. No sabes si salir corriendo o ponerte más cerca y ver qué pasa. Te mantiene alerta, paralizado. Pero basta un mínimo cambio, una ligera sospecha, para que se active el instinto de supervivencia y algo desde las entrañas te grite que debes salir corriendo, alejarte cuanto antes.
Es tan elegante el miedo. No es como lo imaginamos. No es directo ni grosero ni sangriento. Es sutil y delicado, conoce nuestras debilidades y consigue blindar nuestros puntos fuertes. Sabemos que tiene el poder de convertirnos en lo que odiamos. El miedo actúa en el silencio, en la soledad, en el frío y la distancia. Nos mira a los ojos y nos dice: recuerda que sigo aquí.
Es tan elegante el miedo. No es como lo imaginamos. No es directo ni grosero ni sangriento. Es sutil y delicado, conoce nuestras debilidades y consigue blindar nuestros puntos fuertes. Sabemos que tiene el poder de convertirnos en lo que odiamos. El miedo actúa en el silencio, en la soledad, en el frío y la distancia. Nos mira a los ojos y nos dice: recuerda que sigo aquí.