Entrevista a Nerea Pallares

El próximo 29 de octubre a las 20.30h la escritora y amiga Nerea Pallares presenta su libro Sidecaren la librería La Caníbal en Barcelona. Este primer libro de la autora ha alcanzado su segunda edición, está publicado por Ediciones Oblicuas y puede comprarse online. Es una recopilación de relatos cortos que exploran el tema de la cotidianidad y las relaciones humanas a través de una mirada irónica, a veces amarga, que crea una atmósfera de desencanto donde podemos reconocer la voz de una época.
Aprovechando la excusa de la presentación en esa Barcelona tan encantadora y tan desencantada, he decidido hacer una entrevista a Nerea para intentar emular alguna de nuestras conversaciones (con cerveza-beer) en las placitas de Gràcia. Aquellas conversaciones en las que, como hace Nerea en Sidecar, mirábamos nuestro día a día con los ojos de quien no pierde detalle. Como si nos fuera la vida – o la escritura – en ello.
Los relatos que presentas en Sidecar son una recopilación de narraciones que has escrito en los últimos años. ¿De qué año es el relato más antiguo? ¿Cuándo comenzó el proyecto de Sidecar?
El relato más antiguo es del 2012 pero el resto de narraciones que componen la obra fueron escritas, por lo general, a lo largo de los últimos dos años. Sidecar no fue concebido como un proyecto concreto y previamente definido, sino que, como antología, ha ido tomando forma de manera imprevista, flexible y espontánea, siempre permeable a las necesidades expresivas a las que cada relato respondió en un momento determinado; ya que, como obra iniciática, supongo que es inevitable encontrar reflejado en ella, en parte, el proceso de experimentación y búsqueda de una voz narrativa propia.
¿Por qué has decidido publicar ahora el libro? ¿Qué circunstancias te han llevado a decir “este es el momento de publicar”?
Más que una decisión ha sido una oportunidad. Fue la propia editorial quien me ofreció la posibilidad de publicar el libro después de conocer los relatos a través de su concurso literario. Supongo que ese “momento de publicar” es simplemente aquel en el que te apetece compartir las narraciones que dan vida a tu modo de comprender y hacer literatura en ese instante, aun siendo consciente de que esa visión personal cambiará —y además creo que es lo deseable— con el paso del tiempo y que lo que escribas en los siguientes cinco, diez o quince años, tenga ya muy poco que ver con lo anterior. Sin embargo, creo que es muy interesante observar ese proceso y publicar te da la oportunidad de hacerlo visible.
En alguna entrevista has dicho que uno de los temas que recorren tu libro es la precariedad, “que va más allá de una precariedad laboral para convertirse en una precariedad emocional”. Me llama particularmente la atención la manera en que tratas la crisis de los vínculos familiares (en “El almuerzo”, por ejemplo) y de la amistad (en “Peces y pájaros”). ¿Qué crees que está pasando con la manera en que nos relacionamos actualmente?
Creo que de algún modo la precariedad se ha convertido en un signo epocal, trascendiendo el plano de lo profesional —una precariedad de la que se ha hablado ya hasta la saciedad pero sin llegar a hacer efectiva todavía ninguna solución real, por cierto— hasta llegar a lo emocional, debilitando la fortaleza de los vínculos humanos y las referencias necesarias que nos permiten saber quiénes somos, y haciéndolos cada vez más efímeros y vulnerables al cambio impredecible que dicta un entorno acelerado y muchas veces kamikaze. Y claro, este tipo de precariedad —de las relaciones interpersonales, de la identidad, de lo espiritual— no es un asunto de Estado, así que no está en el discurso informativo ni en ningún tipo de circuito oficial. Y tal vez sea mejor así, por el momento, para que la propuesta de alternativas no se contamine. Por suerte, se le presta atención desde el arte, la filosofía, la sociología… desde todas aquellas disciplinas que piensan, verdaderamente, lo humano. Pero no quiero sonar tremendista; muy al contrario, creo que toda crisis es, en realidad, un síntoma y una oportunidad. Una señal de que no estamos en el camino correcto y, por consiguiente, la posibilidad de hacer un ejercicio de escucha, autocrítica, redefinición y cambio.
Considero que Sidecar es un libro contemporáneo, en el sentido de que se dirige claramente a personas de nuestra edad, pero también a quienes hayan tenido ciertas experiencias vitales, como ese “éxodo” que se está produciendo hacia países como Reino Unido, Irlanda, Alemania… en busca de algo que no encuentran en España. Estoy pensando en el relato “Cork y las burbujas”. ¿Cómo fue tu experiencia en Cork? ¿Qué piensas sobre esta especie de exilio que estamos sufriendo desde hace años?
Supuso la oportunidad de vivir el exilio actual en primera persona, poco después —por cierto— de que Marina del Corral hiciera aquellas declaraciones tan divertidas en las que aseguraba que los jóvenes emigraban por espíritu aventurero. Aprendí mucho de la experiencia; conocí a muchos expatriados de todo el mundo a los que tal condición les había vuelto, también, un poco “apátridas” al tener vetada la posibilidad de establecer, una vez más, una referencia sólida y perenne con respecto a un lugar y a un núcleo de sentido. En mi caso, yo considero que sí tengo un espíritu aventurero y que probablemente habría vivido igual en el extranjero aunque la situación económica fuese favorable. Pero una cosa es viajar por curiosidad y ganas de conocer otras realidades y otra muy distinta es hacerlo obligada por las circunstancias. El único nombre para eso es exilio —aunque un exilio silencioso, atípico y al margen de las estadísticas— que se hace siempre por necesidad y no por voluntad y ante lo cual no podemos obviar lo evidente de la realidad; que el sistema actual nos arrebata la libertad positiva, la capacidad de elegir. El aprendizaje más importante que me proporcionó la experiencia es que las únicas actitudes que no pueden tener cabida ante esto son la indiferencia y la resignación.
Un motivo recurrente en tus relatos, que me ha llamado la atención, es la imagen del pájaro. ¿Por qué esta imagen? ¿Qué representa para ti?
Es una imagen polivalente, con diferentes implicaciones según el relato del que se trate; pues el aspecto simbólico de los pájaros de “Jaula para canarios”, de los que se dice que “las aves encarnan todas las posibilidades, son lo más parecido que conozco al infinito”, difiere del significado del pájaro sin cabeza que, en “El almuerzo”, yace en el patio, picoteado por las moscas, mientras los comensales permanecen indiferentes, salvo aquel que tiene “un pájaro atascado en la garganta”. Lo que los une, efectivamente, como motivo recurrente —y casi obsesivo— es su cualidad de llamar la atención sobre algún aspecto de lo humano y del entorno que había pasado desapercibido. En Sidecar, los pájaros acuden para desnaturalizar lo cotidiano y volver a llamar la atención sobre algún matiz oculto u olvidado.
Siguiendo con las imágenes, en tu estilo narrativo es muy frecuente que encadenes imágenes una detrás de otra como en una sucesión de fotografías. He escuchado que de pequeña, antes de escribir, solías dibujar viñetas. ¿Cómo es tu proceso creativo, qué te inspira y qué detalles suelen llamar tu atención en el día a día para luego incorporarlos a los relatos?
Lo que me interesa de ciertas imágenes —literarias o no— es la capacidad evocativa y la posibilidad de sugerir en lugar de mostrar. No me hago muy consciente de mi proceso creativo —si es que se le puede llamar así y existe como tal—, pero sé que lo que me inspira es conocer todo tipo de situaciones, ambientes y personas que contrasten con la realidad ya conocida, que me permitan comprender lo diferente. Lo que me mueve es siempre la curiosidad.
Sé que estás haciendo una investigación académica sobre el tema del absurdo. ¿Por qué no es absurdo escribir? ¿Qué sentido le das actualmente a tu actividad literaria?
Está relacionado con lo anterior. Lo que me inspira —y además me divierte— es, precisamente, aquello que es aparentemente ilógico, en ocasiones surrealista, que irrumpe de pronto para hacer que nos replanteemos el sentido del orden imperante. La literatura, como el absurdo, reinventa y crea nuevas realidades. A mí me ofrece la posibilidad de configurar un imaginario y una mirada en la que reconocerme, por lo que, de alguna manera, escribir es dar sentido.

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