La soprano salta sobre las sedas tiradas por el suelo, se abraza a ellas y susurra “dónde está mi amor que se ha marchado y me ha dejado aquí sola con esto que fue un vestido de boda”. La soprano rabiosa rasga las blancas telas y rompe el ramo de rosas rojas. En la ópera los pétalos parecen pesar más; por eso, pausada y trágicamente, caen bailando para posarse en el escenario. Con gesto herido y ojos enrojecidos pierde el juicio la soprano y jura, sobre la vida de su hijo nonato, nunca volver a enamorarse.
El director corta la escena y le pide que coja un paño, que se mueva hacia la izquierda, que cuidado con el ramo, que mire al público, que gire un brazo, que acuérdate de lo que hablamos, que no olvide de la tragedia pero tenga todo esto en cuenta. La soprano aún con las manos sobre el vientre, escucha. “Recuerda que esto no es vida, sino arte. Recuerda que aquí no sirven las emociones, si no son controladas. Recuerda que en la ficción, la verdad no importa nada.”