Blackpool

Llevo casi un mes intentando acabar el libro To The Lighthouse, de Virginia Woolf. En inglés. Pura descripción, escritura experimental y stream of consciousness. Interesante, pero agotador.

Estaba ya a punto de renunciar cuando Judith me propuso ir a Blackpool, a una hora de Manchester, cerca del mar.

Creo que ahora empiezo a entenderlo.

Cicatrices

Los rayos partían el cielo en dos. El viento arrasaba con las sillas de plástico, las levantaba por los aires y las llevaba hacia no se sabe dónde. Los cigarros, empapados y quebrados, inservibles.
La lluvia de aquel día era sucia y gris, las gotas golpeaban con rabia y herían los brazos, las manos, los rostros. De las llagas, en vez de sangre roja y fresca, brotaba un barro espeso.

Todo el mundo buscaba refugio desesperadamente, corrían como locos protegiéndose con sus paraguas rotos. Cuando dos miradas casuales se cruzaban, el sentimiento de desamparo se hacía más profundo. Ver los ojos del otro era asomarse a las grietas de un mundo que, horas antes, de tan artificial parecía tan seguro.
Las miradas ya no eran puentes sino abismos entre los hombres.

Aquel día fue muy largo y nadie pudo decir nada. Aquel fue el día de los marginados, de los que gritan y gruñen y hieren con palabras certeras, duras gotas de agua, lágrimas que queman. Aquel día solo sobrevivieron los gitanos, con sus lamentos, sus palmadas, su piel recia, sus miradas toscas. El cielo se abría en dos y dividía la tierra entre los que sienten y los que entienden. Aquel día brotó el aullido sincero del excluido, que escupió sobre el rostro ficticio de la ciudad perfecta.

Cuando paró la lluvia, el viento y el sol secaron el barro.

Los hombres, las casas, los árboles, las palomas, los cementerios, quedaron como estatuas de lodo quebradizo, cicatrices palpitantes de una ciudad herida, pero aún viva.

Lúgubre es la vida,
amarga en extremo:
que no vive el alma
que está de ti lejos.
¡Oh dulce bien mío,
que soy infeliz!
Ansiosa de verte,
deseo morir.
Teresa de Ávila
Happy Christmas, Marina Abramovic
El éxtasis no deja de ser un fenómeno inefable en el que el cuerpo reacciona elevándose, siguiento el arrobamiento del espíritu. Una vez más, aparece en Abramovic el interés por la relación entre materia y alma, entre lo externo y lo interno, la vida y la muerte, fenómenos que no pertenecen al tiempo, porque no hay una cronología en lo físico y lo espiritual, sino que pertenecen al espacio, porque se dan simultáneamente, siempre en presente. Que muero porque no muero.

Una secuencia

Así de discreto es el miedo, se acerca despacio y parece que no tiene nada que ver contigo. Ignoras de dónde ha salido. Quizá no es miedo – susurras, esperas, deseas – quizá es solo curiosidad. El miedo aterra y es atractivo al mismo tiempo; lo rechazas y te hipnotiza. Es la certeza de que hay un peligro. Traspasar un límite. No sabes si salir corriendo o ponerte más cerca y ver qué pasa. Te mantiene alerta, paralizado. Pero basta un mínimo cambio, una ligera sospecha, para que se active el instinto de supervivencia y algo desde las entrañas te grite que debes salir corriendo, alejarte cuanto antes.
Es tan elegante el miedo. No es como lo imaginamos. No es directo ni grosero ni sangriento. Es sutil y delicado, conoce nuestras debilidades y consigue blindar nuestros puntos fuertes. Sabemos que tiene el poder de convertirnos en lo que odiamos. El miedo actúa en el silencio, en la soledad, en el frío y la distancia. Nos mira a los ojos y nos dice: recuerda que sigo aquí.